====== Uno ====== Nadie recordaba ya cuándo ni por qué cayeron las bombas. Ninguno de los vivos existía cuando pasó aquello, y de entre los muertos, pocos pudieron o quisieron dejar escrita la historia de aquellos sucesos. Los que vivieron aquel día le llamaron «El fin del mundo», y efectivamente, fue el final de un mundo, de una forma de vida y de una civilización que jamás volvería. Pero también fue el principio de un nuevo mundo, donde los supervivientes de la catástrofe, al principio con mucho sufrimiento y luego adaptándose poco a poco a las nuevas circunstancias, consiguieron arrancar de las cenizas de la destrucción una nueva forma de vivir. Casi todo lo que se sabía de aquella época procedía de la tradición oral, transmitida de padres a hijos en historias personales que con el tiempo se fueron convirtiendo en leyendas. Acurrucados junto al fuego en las largas noches del invierno, los niños escuchaban aquellos relatos con fascinación, mientras los viejos contaban de nuevo cómo fueron aquellos primeros años tras las bombas, cómo los antiguos sobrevivieron al duro invierno de diez años que casi acabó con las plantas, cómo sobrevivieron a la radiación que mataba a muchos niños incuso antes de haber nacido, cómo se enfrentaron a las bandas armadas que surgieron a partir de todo aquel caos para formar los primeros «nuevos pueblos»... Y como testigos mudos de aquellas historias todavía se encontraban los esqueletos de las antiguas ciudades de los hombres, abandonadas, tomadas por la maleza y los animales salvajes que anidaban entre los grandes edificios donde pocos valientes se atrevían a adentrarse. Las ciudades que la gente prefería contemplar desde lejos, atemorizados por los desconocidos terrores que éstas albergaban, aunque también intrigados por las riquezas y extraños artefactos que todavía guardaban en su interior. Se contaba que incluso después del «Fin del mundo», muchos aparatos de todo tipo todavía seguían funcionando: vehículos que podían moverse solos, sin necesidad de ser tirados por caballos, curiosos aparatos que los antiguos utilizaban para todo tipo de tareas, como lavar la ropa o hacer la comida, y había quien aseguraba que los gigantescos cilindros de metal con alas desperdigados en algunos campos sirvieron una vez para llevar personas volando por el aire, aunque pocos lo creían de verdad. No significaba que la gente hubiera perdido la memoria de las cosas pasadas, sino que las necesidades de una vida dedicada casi por completo al duro trabajo de la mera supervivencia dejaban poco hueco para dedicarse a otros menesteres como el estudio de los viejos libros. Sí era cierto que en otros pueblos de los que se tenían noticias con cierta regularidad había grupos de eruditos que atesoraban polvorientos y gruesos volúmenes que contenían todo tipo de información y de saberes que antes del fin del mundo habían sido de uso cotidiano, como los secretos de la electricidad, que pocos eran capaces de dominar, o incluso más allá, los misterios del funcionamiento de máquinas pensantes que los antiguos conocían como "ordenadores". Lo cierto era que todo aquello no tenía un uso práctico para la vida de la gente, y su atractivo se limitaba a atraer la curiosidad de la gente en las ferias y mercados, donde a veces podían verse ingenios con luces brillantes de colores, bonitos pero bastante inútiles. Los "nuevos pueblos", surgidos de las ruinas de los antiguos, solían ser poblaciones pequeñas, de no más de tres o cuatro mil habitantes en el mejor de los casos, casi siempre rodeados de un muro protector edificado con restos de materiales de construcción de los antiguos, pero aun así bastante robustos. Los muros ya no eran tan necesarios como antes, puesto que ya no existían las bandas armadas que asolaban a los supervivientes de los primeros años, pero casi todos los pueblos los conservaban como un signo de identidad propia, y su mantenimiento era llevado a cabo por toda la comunidad en jornadas festivas en las que se reunían para reparar uno u otro tramo del muro, embellecerlo o reforzarlo, según el caso. Dentro de los muros, las callejuelas estrechas serpenteaban entre viviendas de planta baja o de dos plantas como mucho también construidas con materiales reciclados y no demasiado grandes, pero aun así muy acogedoras. Existía un fuerte instinto de hospitalidad y vecindad dentro de los muros, y puesto que todas las historias coincidían en que había sido la avaricia y la ambición de los hombres las causantes del fin del mundo, casi todo lo que no constituía un artículo de primera necesidad era ampliamente compartido por la comunidad, donde el acaparamiento de bienes no estaba para nada bien visto. No es que se tratase de comunidades idílicas, porque seguían existiendo los celos y las envidias entre las personas, pero el hecho de que la riqueza ya no fuera el principal indicador del éxito había reducido mucho la conflictividad. A pesar de todo era inevitable que siguieran cometiéndose de cuando en cuando crímenes. Los mas habituales solían ser causados por las relaciones sentimentales fallidas, aunque también se daban esporádicamente robos o asesinatos por la posesión de tal o cual cosa. Como los pueblos no podían permitirse mantener cárceles, las penas para estos crímenes debían limitarse a la reparación del daño cuando era posible, al exilio, fuera por un tiempo determinado o a perpetuidad, o en los casos más graves, a la ejecución del condenado cuando el delito era demasiado grave. Todas estas decisiones eran tomadas por un consejo de notables del pueblo, que sólo se reunía cuando había asuntos de gravedad sobre los que tomar decisiones trascendentales. No todos los pueblos funcionaban igual, claro, pero aquella era la tónica habitual. A lo largo de los años después del fin del mundo se habían ido sucediendo diferentes sistemas de gobierno, desde aquellos que exigían un voto colegiado de la población adulta hasta otros que consistían en el mando absoluto por parte de una persona designada para ello durante un periodo concreto, e incluso de por vida. Al final todos aquellos sistemas de gobierno habían ido decayendo por diferentes motivos, hasta que se instaló una especie de gobierno "anárquico" donde más o menos todo el mundo sabía qué era lo que había que hacer y cuál era su parte en la tarea. Como en los demás sistemas, no era perfecto, pero era lo que había en aquellos momentos.