El caso Añoveros

Durante casi cuarenta años, el régimen franquista había basado su identidad en un fervoroso ultracatolicismo, del cual -decían- emanaban los principios de su ideología fascista totalitaria. Para demostrarlo, contaban con el apoyo explícito de la Iglesia, que desde el primer momento avaló la sublevación contra el legítimo gobierno de la República, tildando de “cruzada” al levantamiento militar y a la guerra civil subsiguiente. Con esta actitud, la Iglesia se hizo corresponsable moral de la represión ejercida contra cientos de miles de españoles por parte del régimen de Franco, pero eso es tema para otra entrada…

Este matrimonio Iglesia-fascismo tan bien avenido entró en crisis a principios de 1974. Aunque el régimen de Franco no había cambiado en su esencia desde 1939, la Iglesia sí que lo había hecho. El Concilio Vaticano II, clausurado en 1965, había sentado las bases de una nueva Iglesia Católica, más pendiente de su base social y con nuevos conceptos morales más acordes con su tiempo. En España eso se tradujo en un claro distanciamiento del franquismo ideológico, especialmente en las regiones del País Vasco y Cataluña. En las grandes capitales españolas la Iglesia prestaba cobijo a reuniones políticas y sindicales semiclandestinas camufladas como grupos católicos, pero en Euskadi algunos curas incluso llegaron a dar apoyo logístico y cobijo a los terroristas de ETA. Tanto en el País Vasco como en Cataluña, la Iglesia mostraba su abierta simpatía por los sentimientos nacionales de ambas regiones.

En este contexto, el obispo de Bilbao, Antonio Añoveros, emitió en febrero de 1974 una pastoral en la que, entre otras lindezas, dejaba caer las siguientes frases:

El pueblo vasco, lo mismo que los demás pueblos del Estado español, tiene el derecho de conservar su propia identidad, cultivando y desarrollando su patrimonio espiritual, sin perjuicio de un saludable intercambio con los pueblos circunvecinos, dentro de una organización socio-política que reconozca su justa libertad. Sin embargo, en las actuales circunstancias, el pueblo vasco tropieza con serios obstáculos para poder disfrutar de este derecho. El uso de la lengua vasca, tanto en la enseñanza en sus distintos niveles como en los medios de comunicación (prensa, radio y TV). está sometido a notorias restricciones. Las diversas manifestaciones culturales se hallan también sometidas a un discriminado control.

El suelo, en efecto, temblaba bajo los pies del Caudillo y sus ministros, tal como el mismo Franco confesó tras el asesinato de su delfín Carrero Blanco por parte de ETA. El nuevo presidente del gobierno, Carlos Arias Navarro, que sólo unos días antes había dado un discurso en las Cortes de carácter tímidamente aperturista (el llamado “Espíritu del 12 de febrero“), se vio obligado a responder con contundencia ante la inaudita salida de tono del obispo de Bilbao, decretando su inmediata detención y dando orden de que fuera expulsado de España.

Pero lejos de permitir que la cosa quedara así, el presidente de la Conferencia Episcopal, Cardenal Tarancón, amenazó al gobierno de Arias Navarro con la excomunión fulminante de todos sus miembros en el caso de que se llevara a cabo dicha orden de expulsión, además de la ruptura del Concordato con la Santa Sede de 1953.

Para el gobierno Arias, esto se convirtió en un problema irresoluble, ya que un gobierno de un régimen tan férreamente basado en los principios de la moral católica no podía resistir políticamente una ruptura tan brutal con uno de los pilares que le sostenían. Arias Navarro lo sabía, y sobre todo, Franco, que estaba detrás de todo el asunto, también lo sabía.

Pocos días antes, en diciembre de 1973, durante el entierro de Carrero Blanco, el Cardenal Tarancón había sido objeto de las iras de los hooligans del franquismo, que le acusaban de estar en connivencia con los asesinos del finado presidente del gobierno. Ahora, con los ecos de aquellos insultos frescos en su mente, era Tarancón quien le cantaba un órdago al Régimen, amenazándole con romper las ya delicadas relaciones de la Iglesia con el gobierno de España y su decrépito dictador.

Al final, el avión que llevaba días en el aeropuerto de Bilbao, dispuesto para deportar al obispo Añoveros a Roma, fue retirado, y el “obispo rebelde” sólo sufrió unos cuantos días de arresto domiciliario mientras se calmaba el revuelo, durante el cual fue visitado por centenares de sacerdotes y otras personalidades próximas a la Iglesia. Durante ese corto periodo de tiempo, Tarancón guardó en su cajón la orden de excomunión de uno de los últimos gobiernos de Franco.