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Calomarde
Todos los tiranos tienen una mano derecha. Franco tuvo a su cuñadísimo Serrano Súñer, y pasados los años, a Carrero Blanco. Hitler tenía a Goebbels y a Himmler. Fujimori tenía a Vladimiro Montesinos… Fernando VII tenía como mano derecha a Francisco Tadeo Calomarde.
Calomarde era, como se suele decir, más papista que el papa; era más absolutista que el propio Rey. De origen humilde y campesino, su carrera estuvo siempre ligada al poder absoluto del monarca. De hecho, él era la mano ejecutora de ese poder absoluto. Exceptuando el paréntesis de los tres años de gobierno constitucional liberal, permaneció durante casi todo el reinado de Fernando VII en los puestos más altos de la corte. Al gobierno formado por Fernando VII para el periodo 1824-1833 se le conoció como el Ministerio de los Diez Años, y estaba compuesto por Calomarde en Gracia y Justicia, González Salmón en Estado, Ballesteros en Hacienda, Zambrano en Guerra y Salazar en Marina.
Como valido de los designios reales, Calomarde ejerció una acción de gobierno verdaderamente nefasta: Desmanteló los atisbos de reforma educativa iniciados por el trienio liberal; se dedicó a repartir prebendas entre los sectores más reaccionarios y se distinguió por su absoluta falta de interés en solucionar los gravísimos problemas del país, centrándose en la labor de perpetrar cohechos y distribuir el beneficio de los mismos entre él mismo y sus allegados. A tal punto llegó su nivel de felonía que hasta el Rey Fernando, el más felón de todos los que gobernaban España, tuvo que pararle los pies en más de una ocasión.
Es una trágica ironía que el nombre de su ministerio fuese de Gracia y Justicia, dado que el gobierno realista de la Década Ominosa no se distinguió precisamente por su clemencia, y menos aún por la equidad de sus actos. Bien al contrario, Calomarde dirigió personalmente la brutal persecución contra los liberales, alimentando y promocionando a los Voluntarios Realistas: una milicia paramilitar que, fuera de todo control, ejercieron con mano de hierro la represión y el terror en el país durante los diez años de esta horrible década histórica de España.
De todo este gobierno de delincuentes e ineptos, el único que destacó por haber trabajado en bien del país fue el ministro de Hacienda, Luis López Ballesteros, quien supo reformar la economía española, haciendo lo humanamente posible para sacarla del pozo en el que se encontraba: Puso en práctica los Presupuestos Generales del Estado, legisló la creación de la Bolsa de Madrid, un Código de Comercio que perduraría más allá de su mandato e incluso durante casi todo el resto del siglo XIX y fomentó la creación de industrias y minerías. De la feroz crítica que Mesonero Romanos hace de este gobierno, el ministro Ballesteros es la única figura que consigue salvar los muebles.
Pero si por algo se recuerda a Calomarde en España es por un episodio -probablemente apócrifo- sucedido en 1832 cuando Fernando VII estaba ya en las últimas, gravemente enfermo y, al parecer, a punto de fallecer. En esos momentos, Calomarde presionaba a la Reina María Cristina de Borbón-Dos Sicilias, que a la sazón actuaba como regente ante la incapacidad del Rey, para que derogara la Pragmática Sanción de 1830.
Esta Pragmática era un decreto real por el cual quedaba abolida la Ley Sálica que durante siglos había dado preferencia a los varones de la familia real sobre las mujeres a la hora de acceder al trono. Fernando, que sólo consiguió tener dos niñas –Isabel y Luisa Fernanda-, no quería que su hija primogénita quedara apartada en favor de Carlos María Isidro, hermano del Rey y sucesor a la Corona durante muchos años.
Carlos María Isidro era, si cabe, aún más canalla que el propio Fernando VII. Absolutista hasta el tuétano de los huesos y ansioso por alcanzar un poder que había anhelado durante décadas, no estaba dispuesto a ser apartado por una niña de tres años y su madre extranjera. Apoyado por el cuerpo de Voluntarios Realistas y por el propio ministro Calomarde, esperaba ocupar rápidamente el vacío de poder dejado por su agonizante hermano.
En efecto, María Cristina accedió a derogar la Pragmática Sanción, aunque sin hacer público el documento, con el fin de aplacar al infante Don Carlos y sus secuaces. Daba igual, porque para entonces era vox populi que el próximo Rey de España sería Carlos, y sus partidarios se jactaban de ello ante el espanto de los liberales que veían cómo se les caía encima al menos otra década de absolutismo cerril.
Pero alguien en la Corte no estaba dispuesta a consentir que Calomarde atropellara a la Reina regente y al derecho natural de Isabel a reinar en España. Su nombre era Luisa Carlota de Borbón, hermana de la reina y casada con un hermano del Rey, Francisco de Paula de Borbón (el mismo cuyo secuestro del Palacio Real por parte de los franceses dio origen al episodio del Dos de Mayo de 1808). Ni corta ni perezosa, y siempre según se cuenta, la infanta Luisa Carlota se fue para Calomarde y le arreó un bofetón ante toda la Corte por su deslealtad para con la familia real, a lo que el ministro respondió con una famosa frase:
Manos blancas no ofenden.
…pero escuecen. Calomarde iba a tener la oportunidad de recordar ese escozor, porque Fernando VII no tuvo a bien morirse, sino que contra todo pronóstico, su salud mejoró. Y mejoró lo suficiente para darse cuenta de la clase de marrajos políticos de la que estaba rodeado, dispuestos a pegarle una puñalada por la espalda en cualquier momento. Para evitarlo, mandó a Calomarde a sus tierras en Teruel (que si ahora dicen que no existe, ya se pueden imaginar cómo debía estar en 1832). Luego, volvió a poner en vigor la Pragmática Sanción de 1830 para asegurar la sucesión de su hija. Este destierro dio tiempo a Calomarde para huir del país en tanto el monarca decidía lo que hacer con él, y así desapareció de nuestra historia uno de los gobernantes más ineptos, corruptos y desleales que ha tenido España… ¡Y mira que el listón está alto!
Este episodio tuvo un curioso efecto sobre la Historia de España, ya que la Reina María Cristina tuvo que pactar con los liberales a la muerte de su infame esposo el apoyo de estos a la sucesión de Isabel, mientras los partidarios de Carlos María Isidro se echaban al monte para dar comienzo a la Primera Guerra Carlista: una de las guerras más crueles que haya conocido España, y ha conocido muchas.
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