Cayo Mucio Escévola
Cuando los romanos destronaron sobre finales del siglo VI a.C. a Tarquinio el Soberbio, que sería el último de los reyes de Roma, éste no tenía la menor intención de conformarse. Resuelto a recuperar su trono, Tarquinio fue a pactar con el rey etrusco Lars Porsena, a la sazón uno de los mayores enemigos de la ciudad de las siete colinas. El rey etrusco vio en esto una oportunidad para oro de iniciar una guerra de conquista contra sus incómodos vecinos del Lacio, con la pretensión de restaurar a Tarquinio en su trono, aunque ahora como fiel y agradecido aliado (súbdito casi) de los etruscos. El ejército de Porsena llegó hasta las murallas de Roma, poniendo sitio a la ciudad. La nueva república romana, ante semejante acto de traición descarada de su despótico ex-monarca y la agresión etrusca, resolvió asesinar a Porsena como forma de impedir que éste se hiciera con el control de Roma. El voluntario designado para tan arriesgada misión fue el joven Cayo Mucio.
Cayo Mucio se disfrazó de etrusco para pasar inadvertido entre las fuerzas enemigas, y cruzando el río Tíber, se encaminó al campamento de Porsena guardando una daga entre sus ropas. Una vez alcanzada la tienda del rey etrusco, se encontró allí a un individuo ataviado con ricas vestiduras al que confundió en la oscuridad con el rey. Cayo Mucio se le echó encima y le asestó una puñalada, dejándolo herido de muerte.
Rápidamente, la guardia del rey advirtió la presencia del intruso y lo capturó, conduciéndole a presencia de Porsena. En aquellos momentos, y aunque Cayo Mucio sabía que su vida ya no valía nada, el sentimiento de frustración por su misión fracasada pesaba más que la amenaza inminente de una dolorosa muerte. Porsena se encaró con el asesino, exigiéndole su nombre y procedencia, y amenazándole con quemarlo vivo si no decía de inmediato quién le había enviado a asesinarle. Cayo Mucio hizo entonces algo terrible que le daría un lugar en la leyenda romana y en la historia universal para siempre. “Mi nombre es Cayo Mucio” -dijo el romano- “He venido como enemigo a matar a mis enemigos. Estoy tan dispuesto a morir como lo he estado para matar. Los romanos actuamos con valor y cuando la adversidad nos golpea, también sabemos sufrir con valor“. Para demostrar que la muerte no le asustaba, y asegurando que “poco importa el cuerpo a quien aspira a la gloria”, metió su mano derecha en el fuego y se quedó allí impertérrito mirando al rey mientras las llamas consumían su carne, sin emitir queja alguna a pesar de su atroz sufrimiento.
Admirado ante el arrojo del joven Cayo Mucio, Porsena le perdonó la vida y le dejó libre para regresar a Roma. En agradecimiento a esta atención, Cayo Mucio aseguró al rey etrusco que de donde él venía había más de trescientos voluntarios dispuestos a correr la misma suerte que él con tal de conseguir asesinarle.
Convencido de lo inútil que era tratar de someter a gente tan decidida como los romanos, Porsena se retiró con su ejército a sus tierras de Etruria. La República había sido salvada, y Cayo Mucio recibió el sobrenombre de “Escévola” (el zurdo) por su hazaña. En la historia de la república romana los Escévola jugaron un papel fundamental como gobernantes, participando también en la redacción de las leyes que conforman lo que hoy conocemos como el Derecho Romano.