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Capítulo 8: El duque
Nada, absolutamente nada, valía tanto para el señor duque como su cotidiano desayuno en la cama: café, tostadas con mermelada, huevo pasado por agua en su punto exacto y zumo de naranja natural recién exprimido en su bandeja de plata mientras veía las noticias de la mañana. Luego, consultar las cotizaciones de sus numerosas inversiones en el mercado continuo y, finalmente, una vez comprobado que su enorme, diversificado y en algunos casos, opaco, patrimonio había crecido un poco más, como todos los días, pasar al vestidor a elegir entre su colección de trajes a medida uno con el que lucirse ante el mundo. Sí, ostentar era caro, pero él era de los que podían hacerlo porque era el arquetipo de tío soltero guapo y -todavía -joven podrido de pasta.
Encendió la televisión cuando la criada salió de la habitación tras servirle el desayuno. Normalmente solía empezar por Bloomberg o alguno de los canales de economía, pero ese día, sin saber por qué, el televisor estaba sintonizado al encenderse con Canal Sur, donde un reportero hacía un directo en lo que parecía una zona de catástrofe.
-…y como pueden ver, la iglesia barroca de Trujillos ha quedado totalmente destruida en lo que las autoridades aún no han conseguido determinar si se ha tratado de un suceso fortuito o la consecuencia de un atentado terrorista…
Don Cayetano Jiménez de Orujo, decimosexto duque de Malva, heredero de una ingente fortuna familiar que se remontaba a los últimos años de la Reconquista, y dueño de la cuarta parte de las tierras de Andalucía (las que las generaciones de vagos que le precedieron no habían vendido para pagarse sus vicios), se incorporó y prestó atención a la noticia. El presentador del programa preguntaba al reportero:
-Y dinos, Borja, ¿cuál es el ambiente que se respira hoy en Trujillos?
-Pues como te puedes imaginar, hay una gran inquietud en el pueblo. Nadie ha dormido hoy en Trujillos desde que, a altas horas de la madrugada, el edificio de la iglesia se ha derrumbado por completo. Tenemos aquí a la señora alcaldesa… ¿Señora alcaldesa?, por favor, para Canal Sur Televisión, ¿cómo se siente al ver la iglesia del pueblo destruida?
-Esto es una ruina total. Nuestra iglesia era el edificio más antiguo del pueblo, y parte integral de nuestra historia. Se podría decir que Trujillos ha crecido alrededor de su iglesia, y ahora mire, mire qué desastre.
-¿Les ha comentado algo la guardia civil?
-Pues de momento, poca cosa. Dicen que todavía es pronto para conocer las causas del derrumbe, y ha sido un milagro que todo haya pasado de noche, con el templo vacío. Imagine si esto pasa un domingo al mediodía. No quiero ni pensar…
-Pues como pueden ver, mucha intranquilidad en Trujillos por este suceso en el que las fuerzas del orden no descartan una acción terrorista de la ultraizquierda podemit…
-Vale, Borja, -cortó el azorado presentador -devolvemos la conexión a los estudios centrales.
Cayetano se quedó pensativo durante unos segundos. Luego se encendió nerviosamente un cigarrillo sin importarle lo más mínimo la posibilidad de quemar el carísimo juego de sábanas de algodón de percal de seiscientos hilos y decidió que después del desayuno iba a remolonear un buen rato más en la cama. Había pasado mala noche desde que se acostó a las cinco de la mañana hasta las cejas de whisky, pero luego había una llamada telefónica que ya no podía posponer más.
Reunidos de nuevo en el despacho de alcaldía, el arqueólogo Santiago Abril, la técnico Teresa Rosa, el inspector Agustín Trevijano, el párroco Don Ignacio Requena y la propia alcaldesa, Benita Domínguez, acompañados (aunque podría decirse mejor, escoltados) por el jefe de policía Félix Camaredo, celebraban lo que, en la mente de Don Ignacio, sólo podía llamar «segunda jornada de cónclave». Don Ignacio se encontraba en un estado entre horrorizado y aliviado, mientras el resto de los implicados en aquella historia parecían estar en estado catatónico. Mientras el párroco ya estaba pensando en su inminente traslado, los demás reflexionaban sobre sus costosos equipos incautados, sus inversiones perdidas y sobre lo difícil que se había puesto dar con el tesoro a estas alturas, con todo lo que había ocurrido.
-Hablando en la terminología del hampa, -empezó diciendo la alcaldesa -estamos todos metidos en el ajo. Tenemos ahora mismo el pueblo tomado por la guardia civil. Eso que oyen ahí fuera es su helicóptero gastando gasolina. Dos veces ha ido ya a la base a repostar y ha vuelto. Supongo que creen que si la miran lo suficiente desde arriba la iglesia volverá a reconstruirse sola, o que el maleante que lo haya hecho se asustará y saldrá corriendo por el campo. Y lo peor de todo, tenemos al pueblo tomado por reporteros de televisión, radio y de todos los panfletos de internet conocidos. Ahora mismo no hay trapo sucio en el pueblo que no esté siendo aireado delante de mil millones de personas. Somos trending topic mundial en Twitter y seguro que hemos salido hasta en el telediario de Afganistán.
-Señora alcaldesa -dijo el inspector Trevijano -estoy seguro de que nuestros túneles… bueno, mis túneles, no han sido los responsables del derrumbe. Además, esos túneles llevan ahí meses, no ha llovido… Que yo sepa, es imposible que los túneles hayan causado el derrumbe.
-Mire, Agustín, -dijo la alcaldesa -a mí ya es que hasta me da igual el derrumbe. El problema que tenemos aquí es mucho más gordo, y hasta ahora no tenemos una solución: ¿DÓNDE COJONES ESTÁ EL PUÑETERO TESORO?
Teresa se levantó y se dirigió hacia una gran fotografía aérea que colgaba enmarcada en la pared. Allí aparecía la iglesia en el lugar que ahora ocupaban varios miles de toneladas de escombros.
-Nuestras últimas mediciones localizaron una clara anomalía situada justo debajo de la sacristía de la iglesia y a unos doce metros de profundidad. -Señaló con el dedo el lugar exacto -Un hueco, como una cámara que no debería estar allí, porque la iglesia carece… carecía de cripta. Por desgracia, todo eso está ahora mismo enterrado debajo de, bueno, todo ese montón. No creo que tal como están las cosas exista forma humana de hacer una prospección en ese lugar sin caer bajo la lupa de todos estos mirones. Y por supuesto, nadie puede asegurar al cien por cien que el tesoro se encuentre ahí, aunque como experta yo apostaría a que sí.
-¿Debajo de la sacristía? -Dijo entonces el inspector -¿Seguro que justo debajo de la sacristía?
-Sí, claro, con un error de más menos dos metros, pero, efectivamente, la anomalía se encuentra en ese punto como si alguien hubiera puesto esa cámara hueca allí a propósito.
-O como si alguien hubiera puesto la iglesia allí a propósito, sobre esa cámara.
-¡Nacheteee! ¡Qué me alegro de oírte, miarma! Vaya tela la que se ha organizado en el pueblo, ¿no?
-Don Cayetano, me honra usted con su llamada.
-Debería llamarte más a menudo, saber cómo te va… todo eso. Oye, me dijo el arzobispo que tenías pedido el traslado, ¿no?
-Sí, bueno, es que las cosas no han estado fáciles por aquí últimamente. Hemos tenido problemas y…
-¡Déjate de hostias, Nachete! Me estás jodiendo, y yo no me merezco que precisamente tú me andes jodiendo. Me costó mucho dinero pagarte la carrera, los años de seminario y la residencia de tu madre como para que ahora te olvides de mí.
-Señor Duque, sabes usted perfectamente que mi lealtad está a prueba de…
-¡A prueba de nada! A la primera de cambio vas y te pides el traslado sin decirme nada. ¿Qué te crees, que soy tonto? ¿Y qué pasa con lo nuestro, con nuestro pequeño secretito? ¡Joder, Nachete, que está toda la puta prensa mundial sacando fotos justo encima de nuestro «tema»!
-Don Cayetano, debo decirle que su pequeño secreto ya no es tan secreto como usted pensaba. Esto se está yendo de madre. Aquí hay gente que sabe mucho más de lo que pensábamos. Saben mucho. Casi diría que lo saben todo.
-¡Pero eso… eso no puede ser! ¡Estamos hablando del secreto de mi familia celosamente guardado durante casi cinco siglos! Hemos pagado templos, unos construidos encima de otros, hemos tenido a sueldo a generaciones enteras de curas, de diáconos, ¡coño, de inquisidores! Hemos sobornado a obispos y hasta a cardenales. ¿Y ahora me dices que ese secreto ha quedado al descubierto? ¿Tú eres imbécil o qué te pasa, Nachete?
-Señor Duque, en primer lugar le voy a rogar que no vuelva a llamarme Nachete. Soy el padre Don Ignacio, y, por suerte o por desgracia, ya no estoy a sueldo de usted. Y le voy a decir más: también yo estoy corriendo aquí muchos riesgos, y no sólo legales. Siento como que he vendido mi alma al diablo, que estoy condenado, maldito.
-¿Pero qué tonterías dices, Nache…?
-¿QUIÉN SE CREE USTED QUE HA VOLADO LA MALDITA IGLESIA PARA GUARDAR SU MALDITO SECRETO, SEÑOR DUQUE? ¡He destruido la casa del Señor, un templo sagrado! ¿Qué puede ser peor que eso?
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