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Heredia
Olviden sus convenciones acerca de la Costa del Sol. Olviden por unos minutos que están en el siglo XXI y olviden la actual relación entre la localidad de Marbella y el turismo. De nuevo vamos a transportarnos en el tiempo a otra época, cuando ni siquiera las clases altas del país conocían el concepto de veraneo; cuando tomar el sol estaba francamente mal visto, y la tez morena era sinónimo de pobreza o, cuanto menos, de pertenecer a la clase baja.
Estamos en 1826, en plena Década Ominosa, y a pesar de todo, una tímida burguesía pugnaba por salir a la luz para hacer lo que siempre ha hecho la burguesía: tratar de ganar dinero. España seguía siendo el mismo país atrasado y rural de los siglos precedentes, sometido a la voluntad absolutista de Fernando VII y sus desafasadas regulaciones sobre el comercio que constreñían a la economía y le impedían desarrollarse al ritmo de otros países de su entorno.
Pero nuevas ideas llegaban a España a través de sus fronteras. En la localidad malagueña de Ojén se descubrió una rica mina de mineral de hierro, y un industrial de origen riojano llamado Manuel Agustín Heredia, afincado en Málaga desde hacía décadas, obtuvo los derechos exclusivos de la explotación de dicho mineral. Hasta entonces, el hierro había sido manufacturado de forma artesanal, en pequeñas fraguas y herrerías, pero ahora España necesitaba ese hierro en grandes cantidades para la transformación del país y el inicio de la industrialización. Heredia sabía que iba a necesitar construir unos altos hornos donde procesar industrialmente este hierro y convertirlo en acero laminado con el que se podrá fabricar todo tipo de herramientas, máquinas y, por supuesto, armas.
Cientos de malagueños, entre ellos no pocos de etnia gitana, trabajaron en la extracción del hierro de las minas de Heredia, pero la tecnología y la experiencia necesaria para procesar este mineral no se encontraba en España, sino en Inglaterra. Para formar a su personal, Heredia envió a muchos de aquellos gitanos a Gran Bretaña, para lo cual hubo que legalizarlos, ya que la mayor parte de ellos ni siquiera tenían documentación. Para ello nuestro industrial les inscribió con su propio apellido: Heredia. Incluso hoy, casi dos siglos más tarde, muchos gitanos apellidados “Heredia” afirman ser parientes del histórico industrial riojano-malagueño.
Y aprovechando el cauce del Río Verde, que proporcionaría la fuerza hidráulica necesaria para esta empresa; los bosques de Sierra Blanca, gracias a los cuales se obtendría el carbón vegetal que haría funcionar los hornos y, por supuesto, el mineral de hierro de las minas de Ojén, se crearon dos sociedades que iban a revolucionar el destino de la comarca durante los siguientes años: La Concepción y El Ángel. La primera estaba dirigida por Manuel Agustín Heredia, mientras la segunda la encabezaba la familia Ejiró. Ambas contaban con el apoyo económico de los comerciantes malagueños, que veían en el proyecto una oportunidad de negocio como nunca antes había existido en el país.
En efecto, la siderurgia malagueña alcanzó tal importancia que llegó a fabricar las tres cuartas partes del acero procesado en España, aventajando con creces a las acerías del norte. Por desgracia, estas industrias se vieron abocadas tras unos años al fracaso por la poca competitividad del carbón vegetal frente al mineral y por la absoluta falta de unos medios de transporte decentes. El ferrocarril, elemento imprescindible para el éxito de estas industrias, no empezó a desarrollarse en España hasta mediados del siglo XIX, y cuando finalmente empezaron a tenderse líneas férreas, se priorizó el transporte del carbón mineral de hulla asturiano hacia las costas y hacia las industrias siderúrgicas vascas, lo que acabó con la competitividad del primer proyecto serio de industrialización en España, así como con las acerías que se instalaron en 1832 en la localidad sevillana de El Pedroso, algunas de cuyas instalaciones siguen aún en pie, como testigos mudos de una aventura de progreso que pudo ser y no fue.
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