Lugares con historia - La Colina 60
No sé si cambiaremos la Historia, pero es seguro que alteraremos la Geografía.
General Charles Harrington, 6 de junio de 1917.
A las tres horas y veintitrés minutos de la mañana del 7 de junio de 1917, los habitantes de Londres sintieron el sordo rumor de una explosión lejana. Para Londres, exceptuando los episódicos bombardeos de 1916 y la dolorosa ausencia de los miles de jóvenes que luchaban en Europa, la Primera Guerra Mundial era algo que sucedía lejos de casa… hasta aquel día.
Aquella madrugada, el inquietante estruendo despertó a muchos vecinos de la City. En aquellos momentos no podían saber de dónde procedía, y no lo sabrían hasta mucho después. El mismo trueno lejano había podido sentirse en todo el sur de Inglaterra, pero también en lugares tan lejanos como Dublín, en la vecina isla de Irlanda. Verdaderamente, era el sonido de la Guerra.
Trece minutos antes, el tiempo que el sonido tarda en recorrer la distancia de casi 269 kilómetros que separan Londres de Mesen, en Bélgica, un soldado había accionado el interruptor conectado a veintidós minas excavadas bajo las posiciones alemanas en la colina 60 de Messines. Desde noviembre del año anterior, una compañía de mineros australianos había estado excavando sin descanso una compleja red de profundos túneles de casi ocho kilómetros de longitud justo debajo de las trincheras alemanas. En alguna ocasión incluso toparon con mineros alemanes que excavaban el suelo precisamente buscándoles. Los combates cuerpo a cuerpo en aquellos angostos túneles debieron ser espantosos, pero a principios de junio de 1917, los mineros habían completado su misión, colocando en total más de cuatrocientas toneladas de explosivos repartidos entre las veintidos minas. Una de ellas, la más potente, consistía en una exagerada acumulación de más de cuarenta toneladas de explosivos; el resto no bajaba de las veinte toneladas de explosivos cada una.
Desde aquella colina, numerada con el número 60 en los mapas militares, los alemanes podían dominar todo el campo de batalla, y el alto mando aliado había decidido que debían desalojar al enemigo de aquella estratégica posición. La hora “H” serían las 3:10 de la mañana del 7 de junio de 1917.
Desde mucho antes, las posiciones alemanas estaban siendo sometidas a un intenso bombardeo que, si bien podían no ser muy efectivos tácticamente, sí contribuían a desmoralizar al enemigo, acosado constantemente por las explosiones de los obuses. Desde luego, ninguno de los más de 125.000 soldados alemanes que defendían aquella zona del frente estaba preparado para lo que iba a suceder en aquella madrugada de junio.
El impulso eléctrico del detonador, repartido a través de una red de cables que recorría los túneles, alcanzó simultáneamente a diecinueve de las veintidós minas, desatando un verdadero infierno. La colina 60 se desintegró de forma instantánea en una gigantesca explosión, convertida en una sucesión de enormes cráteres donde tierra, piedras, madera, carne y huesos se confundieron en un amasijo irreconocible. En aquel instante, no menos de diez mil soldados alemanes perdieron la vida; la mayoría de ellos vaporizados en la tremenda explosión.
Incluso hoy, casi cien años más tarde, se considera que aquella explosión originó el ruido más estruendoso provocado jamás de forma intencionada por el hombre, excluyendo, claro está, las explosiones nucleares.
En seis minutos, la ofensiva de la infantería aliada tomó las posiciones alemanas, o mejor dicho: tomó lo que quedaba de ellas. Un teniente inglés apellidado Garrand, testigo presencial de aquella ofensiva, escribió posteriormente el estado en el que hallaron al enemigo:
Por todas partes los alemanes se rindieron a las tropas que se acercaban con sólo unos pocos disparos. Los hombres recorrieron las trincheras bombardeando los refugios, sacando de ellos a sus ocupantes. Algunos parecían aterrorizados como si de animales apaleados se trataran. Hicieron muchos esfuerzos infructuosos por abrazarnos. Nunca he visto a hombres tan desmoralizados.
Charles Bean,The AIF in France 1917, Volume IV,
The Official History of Australia in the War of 1914–1918, Sydney, 1941, p.595.
Desde luego, no era para menos, ya que eran hombres que habían conocido la brutalidad de la guerra en su máxima expresión. Tácticamente, la ofensiva de Messines fue un completo éxito, aunque en el conjunto de los acontecimientos de la guerra supuso sólo un cambio de posiciones; los alemanes retrasaron unos cientos de metros su línea de frente, y la horrible guerra de trincheras continuó durante un año y medio más. Aquel día, sin embargo, la malicia humana, el afán por matar al hermano, se encarnó en un trueno mortal que recorrió toda Europa.