La revolución inglesa
Crearon un parlamento a espaldas del régimen establecido. Se enfrentaron con las armas en la mano a la tiranía de un rey. Juzgaron al rey tirano por traición y le ejecutaron cortándole la cabeza. Cambiaron la estructura del estado monárquico por una república parlamentaria y, finalmente, cayeron en una dictadura, para después volver a restaurar la monarquía. ¿La Francia del siglo XVIII-XIX? ¡No! La Inglaterra del siglo XVII.
La muerte sin descendencia de Isabel I de Inglaterra en 1603 condujo al trono inglés a Jacobo I, de la familia Estuardo, quien ya era rey de Escocia. Su madre, María Estuardo, fue ejecutada en 1587 por -supuestamente- conspirar contra la vida de la reina Isabel. Jacobo nunca contó con el favor del poderoso parlamento inglés, y sus pretensiones de gobernar de modo absolutista le granjearon todo tipo de enemistades dentro y fuera de la corte. Aunque en general fue un gobernante aceptable y llevó a Inglaterra a un periodo de estabilidad, las tensiones fueron creciendo, sobre todo por la política impositiva del rey, que pretendía subir y crear impuestos sin el tradicional consentimiento del parlamento.
Su hijo Carlos I (personaje que algunos recordarán porque aparece en la novela Alatriste de Pérez-Reverte, en su visita a Madrid para concertar una alianza matrimonial con la monarquía de los Austrias, y a quien el ficticio espadachín salva de una emboscada) no tuvo mejor suerte que su padre en sus tratos con los parlamentarios ingleses. Tanto es así que en 1642 la división entre parlamento y monarquía desembocó en una guerra civil que se prolongó hasta 1646, tras la cual el rey, derrotado, quedó como prisionero del Parlamento inglés. A esta guerra le sucedió otra entre 1648 y 1649, ya que los partidarios del rey y el mismo rey se negaban a reconocer la autoridad del Parlamento.
En estas guerras destacó un personaje de vital trascendencia en la Inglaterra de los años siguientes: Oliver Cromwell, quien al mando de su regimiento de caballería de ironsides obtuvo contundentes victorias, aplastando los levantamientos de escoceses y galeses. Cromwell, creyendo que era inútil tratar de llegar a un acuerdo con el rey, promovió en el Parlamento que éste fuera juzgado por traición. Cuando el Parlamento se negó, Cromwell dio un golpe de Estado, depuró el parlamento y dejó en él sólo a los parlamentarios dispuestos a juzgar al rey.
El 30 de enero de 1649, el rey Carlos I fue ejecutado por decapitación, e Inglaterra se convirtió en una república (única ocasión en su historia en la que el país ha tenido esta forma de Estado). Bajo el gobierno de Cromwell y su parlamento (también formado en su inmensa mayoría por puritanos), Inglaterra vivió una época de prohibición de todo aquello que la élite puritana considerara como de origen pagano y obsceno. Se prohibió el teatro, el juego, la práctica del catolicismo, e incluso se llegó a prohibir la fiesta de Navidad.
Por si eso fuera poco, este gobierno de «talibanes cristianos» emprendió una sangrienta campaña contra Irlanda, a la que sometieron a un verdadero genocidio mientras repoblaban la isla con colonos procedentes del ejército, que practicaban todo tipo de variantes del puritanismo más acérrimo, como los cuáqueros o los baptistas.
La república inglesa (de hecho una dictadura militar presidida por Oliver Cromwell) no sobrevivió a su creador. La muerte de Cromwell supuso un breve periodo de inestabilidad política tras el cual el parlamento fue disuelto por el ejército y se convocaron unas elecciones generales en las que la facción monárquica obtuvo la victoria, y la monarquía fue restaurada en la figura de Carlos II Estuardo, hijo del decapitado Carlos I, en 1660.
Pero pronto se vio que la política religiosa de Carlos II entraba en conflicto con el Parlamento. La intención del nuevo rey de abolir las prohibiciones de culto que pesaban sobre la población católica le granjeó la enemistad de los sectores puritanos, incluso de aquellos puritanos de corte monárquico. La sucesión a la corona se convirtió también en un quebradero de cabeza, ya que Carlos II no tuvo descendencia. Las conjuras y las cazas de brujas de sucedieron por todo el país, con numerosas víctimas ejecutadas sin la menor garantía procesal.
Finalmente, Carlos II murió en 1685, tras un reinado convulso en el que, sin embargo, se impulsaron las ciencias y las artes. En este periodo se fundó la Royal Society, institución que durante siglos ha representado la punta de lanza del progreso científico. Su sucesor, Jacobo II, fue el último rey católico de Inglaterra, y accedió al trono a pesar de la tremenda desconfianza que su credo inspiraba en la mayor parte de la nobleza.
Durante el breve reinado de Jacobo II, éste hubo de enfrentarse a todo tipo de conjuras, desde aquellas que pretendían negarle la legitimidad por sus creencias, hasta algún bastardo del rey Carlos II que se autoproclamó rey y al que hubo que decapitar a toda prisa. Las tensiones religiosas seguían estando a la orden del día, y la nobleza clamaba por que este rey católico no pudiera fundar una dinastía que relegara a la iglesia de Inglaterra del poder.
Cuando Jaboco II tuvo un hijo varón, los acontecimientos se precipitaron, y la nobleza y el clero anglicanos buscaron el apoyo de Guillermo de Orange, esposo de la hija de Jacobo II y declaradamente protestante. El matrimonio con la hija del rey le daba la legitimidad suficiente para aspirar al trono, y ante la debilidad del poder real, se decidió a invadir Inglaterra para reclamar la corona. Al desembarcar en Inglaterra con su ejército, las fuerzas realistas se desbarataron por completo, y Jacobo II se quedó completamente solo. Tan solo que trató de huir como si de un particular se tratase, aunque fue capturado. Guillermo le permitió viajar hasta Francia para evitar más enfrentamientos religiosos, y en Francia murió el último de los Estuardo reinantes en Inglaterra. A todo aquello, los ingleses lo conocen como «la Revolución Gloriosa».
Jacobo II murió en Francia sin renunciar a su pretensión al trono de Inglaterra, acogido por el rey Luis XIV. Y como la historia es así de caprichosa, uno de sus hijos bastardos, James Fitz James, tuvo una destacada participación en la Guerra de Sucesión Española, entre 1701 y 1713, luchando en el bando franco-español a favor de Felipe V de Borbón y contra las tropas del Archiduque Carlos, apoyadas por Inglaterra. Gracias a los servicios a la casa de Borbón, Felipe V le otorgó el ducado de Liria y la orden del Toisón de Oro. Posteriormente la casa de los duques de Liria entroncaría con la casa ducal de Alba de Tormes, y de este modo, los actuales descendientes de este hijo bastardo de Jacobo II son conocidos en España por pertenecer a la Casa de Alba con el apellido Fitz James Stuart.