Entrevistas de la Historia: Saladino
Encontré al sultán descansando en un puf dentro de su lujosa tienda, emplazada en el centro del campamento que su ejército había montado a la vista de las murallas de Jerusalén. Aquellos días de finales de septiembre seguían siendo lo bastante cálidos como para agradecer la sombra bien ventilada que ofrecía la tienda real. Los dos fornidos guardias del sultán que me habían escoltado en mi periplo por el campamento árabe permanecieron fuera mientras otro, que hacía guardia en la entrada me franqueaba el paso. Tengo que reconocer que me sentía bastante nervioso ante mi primer día de trabajo como entrevistador de personalidades históricas. No es frecuente que a un aficionado como yo se le ofrezca la posibilidad, no ya de conocer a estos personajes, mucho menos de conversar con ellos y ya no hablemos de poder hacerles esas preguntas que siempre rondaron mis pensamientos.
Lo primero que me asaltó al entrar en la tienda fue la repentina oscuridad, hasta que mi vista, saturada por el resplandor del verano palestino, se adaptó a la tenue iluminación de las lámparas de aceite. Lo siguiente fue el olor. La experiencia de atravesar el campamento árabe había sido… traumática para mi olfato, aunque en honor a la verdad tengo que decir que es un trauma no muy diferente al de recorrer cualquier lugar poblado de esta época, sea cual sea el credo de las gentes. Cuando mis sentidos recuperaron la compostura, entonces y sólo entonces reparé en la sencilla exquisitez del interior de aquella efímera estancia que Al-Nāsir Ṣalāḥ ad-Dīn Yūsuf ibn Ayyūb, sultán de Egipto y Siria, se había hecho instalar para el asedio de Jerusalén.
-¡Pero pase, hombre, no se quede ahí como un pasmarote!
-No quisiera importunarle, Excelencia…
-Venga, acabemos de una vez. Haga su entrevista, que no tengo todo el día.
«Que no tengo todo el día», dice… Y le he pillado tocándose los coj… meditando. Vamos a dejarlo así.
-Está bien. ¿Puedo sentarme?
-Pues claro, muchacho. ¿No querrá que esté todo el rato mirando para arriba?
-Gracias, Excelen…
-Bueno, déjese de formalidades. Con «Saladino» ya me vale.
-De acuerdo. Comencemos entonces.
Hispa: ¿No le importará que alguna pregunta pueda resultar un poco incómoda?
Saladino: En absoluto. La gente me tiene por un tipo bastante inflexible, pero es pura fachada. En realidad soy un trozo de pan.
H: En ese caso, me gustaría empezar la entrevista por los orígenes de su reinado. Hay quienes le critican que labró su actual poder y posición a partir de multitud de guerras contra sus hermanos árabes. ¿Qué tiene que decir al respecto?
S: Pues que no hay nada extraño en eso. Además, los que tanto critican que tuviera que combatir para llegar a ser sultán no hubieran dudado lo más mínimo en hacer lo mismo para conseguir el puesto que ocupo yo ahora.
H: Pero finalmente parece que ha unificado a las diferentes tribus árabes para acabar con el dominio cristiano en Tierra Santa.
S: Tampoco ha sido muy difícil. Bastaba con jugar un poco a enseñarles la zanahoria y el palo: Por una parte, son gente que de toda la vida ha odiado a muerte a los cristianos, y por otra, ninguno de ellos quiere averiguar qué es lo que pasará si no obtengo su lealtad y su apoyo incondicional. (Risitas apagadas por parte del sultán)
H: ¿Y el objetivo de reconquistar Jerusalén es únicamente religioso, o han primado otras razones?
S: Hay que ser prácticos cuando se está en un gobierno como el mío: Soy sultán de Egipto y Siria, y a poco que mire usted un mapa, Jerusalén y su reino cristiano se encuentra justo en medio de este gran dominio, como un tapón en la ruta del comercio entre el norte y el sur. Aquí hay mucha necesidad por todas partes, y yo no puedo estar pendiente todo el día de los ataques a las caravanas y a los peregrinos. Además, los cristianos creen que son los únicos para los que Jerusalén es una ciudad santa, pero la realidad es que aquí vive mucha gente, judíos y también musulmanes, que quisieran poder ejercer sus cultos en la ciudad y ahora mismo no pueden.
H: ¿Entonces la negociación está fuera de lugar?
S: Bueno, no fui yo el que empezó la pelea. Los cruzados salieron a buscarme al desierto (tontamente, en mi opinión) y claro, se llevaron la del pulpo en Los cuernos de Hattin. Estos francos se creen que todo el mundo es Franquia, y que van a encontrar pasto y arroyos de agua fresca por todas partes, y resulta que no: Aquí, como no vayas preparado, el desierto te devora y no deja ni las migajas. Se puede decir que les pillamos entre la espada y la pared, y quedaron pocos para contar el desastre. Fue una victoria muy bonita, la verdad, de las que entran en los libros.
H: No, si ya…
S: (Se repantinga en el puf con autocomplacencia y una ancha sonrisa)
H: Y ahora, Jerusalén.
S: En efecto. Ha sido una guerra breve pero intensa, y los cristianos no han estado muy dispuestos a la negociación que digamos. El nuevo rey es un franco bastante violento, con unos generales que son verdaderas alimañas. Por suerte ahora lo tengo prisionero, y al peor de esos cabrones, un tal Chatillón o yo qué sé, le di matarile yo mismo en cuando le eché el guante. Menudo elemento… En fin, que ahora ya estamos aquí, y en vista de lo chulo que se está poniendo el franco que defiente la ciudad, ya veremos si no se lía lo mismo que cuando llegaron ellos hace un siglo, que decían que la sangre les llegaba a los caballos por las rodillas. Menuda matanza… Qué tipos tan salvajes los cruzados, ¿no le parece?
H: Hombre, visto así…
S: Personalmente, me repugna tanta matanza, se lo digo en confianza. Además, si los cristianos se retiraran hacia la costa y me dejaran Jerusalén, lo mismo no me importaría que siguieran manteniendo esos dominios. El problema es que la gente lo quiere todo, ¿sabe? Pocos se conforman con lo posible.
H: ¿Y en cuando a planes para el futuro?
S: Mi querido amigo, ya rezan por mí en La Meca todos los viernes. ¿Qué más se puede desear? Digo yo que en algún momento habrá que dejar de guerrear y empezar a construir un bonito reino. Para empezar, quiero engrandecer Jerusalén como un puntal del Islam, y volver a abrir las mezquitas de Al-Aqsa y La Roca, que los cristianos han convertido en cuadras. Yo no pienso hacer lo mismo con sus santos lugares porque me parece una falta de respeto, pero lo que desde luego no pienso hacer es dejárselos a los francos, que son unos salvajes. En su lugar se los voy a ceder a los griegos y así además de hacerme el estupendo les daré otra puñalada trapera a los cruzados. (Más risitas del sultán)
H: Pues tengo que decir que ha sido un placer que me reciba en su tienda, Excenlen… Saladino.
S: El placer ha sido enteramente mío. A más ver, joven.
H: Y suerte con lo del asedio.
S: Gracias, majo.