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Napoleón (I): Tolón
Con este capítulo doy comienzo a un ciclo sobre la figura histórica más trascendental del siglo XIX. Napoleón ha sido uno de los personajes más influyentes de la historia humana, y de no haber existido, es dudoso que los logros de la Revolución Francesa hubieran podido traspasar las fronteras de Francia para extenderse al resto de Europa; posiblemente, la Edad Contemporánea hubiera sido muy distinta sin él.
Sobre Napoleón se han vertido verdaderos ríos de tinta y extensísimas tesis y ensayos donde reputados autores interpretan casi cada pasaje de su vida, sus intenciones y sus sentimientos. Para unos fue el legendario libertador de Europa; para otros, un asesino que llevó a Europa a la ruina. Posiblemente tuviera algo de ambas cosas, pero de lo que no cabe duda es de que todo lo logró por méritos propios, aprovechando al máximo sus capacidades, su inteligencia y su visión política y estratégica.
Pero como casi todo el mundo, Napoleón tuvo sus humildes principios. Corso de nacimiento, de orígenes independentistas y antifranceses, su padre -que por lo visto era seguidor de aquello de «si no puedes con tu enemigo, únete a él»– le envió en 1779, con sólo 10 años, a la escuela militar del pequeño pueblo de Brienne-le-Château, en el norte de Francia. Allí las pasó canutas, porque además de ser prácticamente un extranjero, también era rechazado por sus compañeros debido a su carácter introvertido. Gracias a su extraordinaria inteligencia y a su tesón en el estudio, se graduó cinco años después con buenas calificaciones, lo que le permitió matricularse en la Escuela Militar de París. En 1785, a los dieciséis años, Napoleón ya era un prometedor segundo teniente de artillería.
La especialidad de Napoleón era el cálculo matemático, la resolución de ecuaciones y la geografía, el conocimiento exhaustivo del terreno. Esto le daba una evidente ventaja en su puesto como artillero. En 1789, pocos años después de graduarse, estallaba la Revolución Francesa, y con ella una serie de interminables conflictos armados donde las alianzas entre naciones europeas se formaban y se rompían de un año para otro. El futuro de Napoleón no se decidiría entre oficinas y cortesanos, sino en los campos de batalla.
La España de aquella época era uno de esos países que se debatían entre los tratados de amistad con Francia y las guerras territoriales contra el país galo. Cuando los republicanos franceses de la Convención guillotinaron a Luis XVI a principios de 1793, las monarquías europeas declararon la guerra a Francia conjuntamente en lo que la historiografía llama la “Primera Coalición“. Declarado el estado de guerra, España invadió la región del Rosellón, con intención de anexionarse este territorio que un siglo antes había pertenecido a España. Mientras tanto, los mandos de la flota francesa amarrada en el puerto de Tolón se rebelaron contra la República francesa y enarbolaron la bandera borbónica, proclamando rey de Francia a Luis XVII.
Grabado del sitio de Tolón.
Esto se convirtió en un problema de primer orden para la República ya que, con el Rosellón invadido por España y el puerto de Tolón tomado por los realistas, Francia podía perder su salida al Mediterráneo, gran parte de su flota e incluso la legitimidad como gobierno, al haberse instaurado un gobierno alternativo por parte de los rebeldes. Con la Revolución puesta en jaque, la Convención tuvo que apostar el resto, y enviar a un gran cuerpo de ejército hasta Tolón para reconquistar la ciudad. Otras ciudades, como Marsella o Nimes, también se rebelaron contra la Convención, pero estas rebeliones fueron rápidamente aplastadas, y las ciudades rebeldes fueron sometidas a una terrible represión por parte de los republicanos.
Los sublevados de Tolón se dieron cuenta de que no podrían resistir por sí solos el avance de la Convención sobre ellos, y pidieron ayuda a los países aliados en guerra contra Francia, principalmente a España e Inglaterra. Ambos países enviaron a sus flotas para apoyar a los toloneses. En agosto de 1794, el puerto de Tolón ofrecía un espectáculo incomparable: Las naves inglesas y españolas, algunas de las cuales se enfrentarían entre ellas hasta la muerte once años más tarde en Trafalgar, permanecían fondeadas juntas, luchando por una causa común. Allí estaban el almirante Lángara, Gravina, Escaño,… los navíos San Hermenegildo, San Leandro, San Rafael, San Juan Nepomuceno y muchos otros, junto a las naves del almirante Samuel Hood, bajo cuyo mando se encontraba, entre otros muchos buques, el Agamemnon, comandado por un tal Horatio Nelson.
El joven capitán Napoleón Bonaparte vio clara la situación en cuanto llegó con el ejército revolucionario a las inmediaciones de Tolón. El objetivo principal debía consistir en cortar los suministros del enemigo por mar, y para ello debían tomar alguna de las alturas que dominaban la ciudad y el puerto. Por desgracia, sus mandos no eran tan decididos como él, y no compartían su visión de un ataque veloz y decisivo. Por este motivo fracasaron los planes iniciales de hacerse con alguno de los fuertes elevados. Al final, Napoleón consiguió conquistar una de esas colinas, y desde ella empezó a bombardear la ciudad.
A pesar de los intentos de los aliados por recuperar aquella colina, los republicanos consiguieron conservar la posición y, más adelante, Napoleón concibió un plan para tomar la principal de las fortificaciones elevadas aliadas. Tras un enfurecido combate nocturno, los republicanos consiguieron tomar el fuerte, con lo que el bombardeo sobre Tolón se recrudeció y los aliados dieron finalmente por perdida la ciudad.
Napoleón llegó a Tolón como capitán, pero su valor y determinación en el combate le hicieron salir de allí como brigadier general (o general de brigada), después de ser ascendido en tres ocasiones. Fue un espectacular ascenso que iba a abrirle numerosas puertas poco más adelante, tanto en su carrera militar como en su carrera amorosa, ya que su nuevo rango militar también le abriría las puertas de la casa de Josefina de Beauharnais, una mujer muy influyente en la vida social y política parisina con quien compartiría los años más trepidantes de su vida.
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