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Mariana Pineda
¡Oh, qué día tan triste en Granada
que a las piedras las hizo llorar
al ver cómo Marianita muere
en cadalso por no declarar!
¿Cómo debió ser aquel 26 de mayo de 1931 en Granada, cuando la ciudad conmemoraba en libertad el primer centenario de la muerte de Mariana Pineda? ¿Llegaría a imaginar Mariana sentada en aquel vil cadalso que su sacrificio la convertiría en símbolo imperecedero de libertad y en protagonista de inmortales tragedias teatrales? Posiblemente no, pero de hecho, así fue.
Mariana de Pineda Muñoz no fue una heroína de esas de armas tomar, al estilo de Agustina de Aragón o María Pita. Mariana era tan sólo una mujer de su tiempo, convencida de su deber ciudadano por la consecución de un Estado liberal y democrático. Por desgracia, a Mariana le tocó vivir una de las épocas más aciagas de la Historia de España. Mariana nació en 1804, cuando Europa ya se convulsionaba bajo los ejércitos de Napoleón, y creció en una España sumida en una de las guerras más atroces que el país haya conocido nunca.
Huérfana desde muy pequeña, Mariana pasó por varias casas hasta que con sólo catorce años conoció a Manuel Peralta, un militar retirado y liberal convencido al que dio dos hijos antes de quedar viuda muy, muy joven. Por entonces estaba terminando el periodo constitucional iniciado por Riego y dando comienzo la Década Ominosa. Según dicen, Mariana Pineda, con su piel blanca y sus ojos azules, era la viudita más bella de Granada. Tan bella tan bella que uno de los asiduos a las reuniones liberales a las que solía acudir Mariana se enamoró perdidamente de ella. Su nombre: José de Salamanca, quien años después de la muerte de Fernando VII llegó a ser ministro de Hacienda y conocido por todos como Marqués de Salamanca, del que toma su nombre el conocido barrio madrileño. Mariana, sin embargo, no le correspondía, y el muchacho se marchó a la capital del reino para labrarse su prometedor futuro. Años después, Mariana se relacionaría con otro prometedor político: José de la Peña, del que tendría una hija que llevó por nombre Julia. De la Peña también llegaría a ser ministro de Hacienda, y nunca reconoció en vida la paternidad de esta niña.
Para los liberales, esta etapa fue un auténtico infierno. La represión absolutista contra cualquier disensión se encontraba en su momento álgido. Cientos de liberales eran ajusticiados o tenían que tomar el camino del exilio. Mientras tanto, en multitud de sociedades secretas se tramaban pronunciamientos que no llegaban a buen término. En 1828 se produjo una gran redada en Granada a raíz de uno de estos pronunciamientos fallidos, y un primo de Mariana Pineda, Fernando Álvarez de Sotomayor, fue condenado a muerte. Mariana, haciendo gala de un valor fuera de lo común, le ayudó a evadirse de la prisión introduciendo un hábito de monje entre sus ropas. Aunque las sospechas sobre ella eran más que fundadas, los realistas no pudieron demostrar la implicación de Mariana en la fuga. Nuestra protagonista estaba en el punto de mira de la policía y de su amplia red de delatores, aunque eso no le impidió seguir ayudando a los presos liberales, actuando como enlace u ocultando gente en su casa.
Pero en 1831, el comisionado real Ramón Pedrosa estaba dispuesto a terminar con el nido de liberales en que se había convertido Granada. Para conseguirlo, le colgó a Mariana el marrón de la bandera liberal que ésta había mandado bordar por encargo del grupo clandestino que frecuentaba. En medio de toda esta conjura para apresar a Mariana se encontraba, como no podía ser de otro modo, un cura chivato. ¡Ah, cuántos muertos debe España a esos secretitos de confesionario! La cuestión es que Mariana fue detenida, acusada de bordar una bandera para los liberales, lo cual constituía un delito de lesa majestad penado con la muerte.
El recuerdo de mi suplicio hará más por nuestra causa que todas las banderas del mundo.
Pedrosa, de quien se dice que estaba perdidamente enamorado de Mariana Pineda (si bien en el caso de Mariana la historia verídica está envuelta por la leyenda), propuso a Mariana que delatara a sus camaradas liberales, pero ésta se mantuvo firme en la negativa hasta el último momento, cuando ya era conducida al patíbulo. Con una gran dignidad, mantuvo la compostura mientras veía cómo quemaban la bandera de la libertad a sus pies, y cómo las palabras bordadas en la misma: Libertad, Igualdad, Ley, se convertían en ceniza. Momentos más tarde, Mariana moría el 26 de mayo de 1831 en el garrote vil ante la consternación de un pueblo admirado por la valentía de la heroína liberal.
Sólo dos años más tarde, el pérfido Fernando VII, lo peorcito de la dinastía borbónica de tres países, estiraría la pata tras una vida de engaños, maquinaciones y traición a una patria que nunca le perteneció y a la que trató como si fuera su cortijo particular. Como detalle de justicia poética, antes de morir tuvo que ver cómo esos mismos liberales a los que había masacrado durante años se encargaban de defender el derecho sucesorio de su hija Isabel frente las pretensiones de su hermano Carlos (otra joya de la Corona).
Mariana entró en el Olimpo de las heroínas españolas, y su nombre se hizo un hueco en la cultura popular. Basándose en su drama personal, Federico García Lorca escribió su obra teatral Mariana Pineda: Romance popular en tres estampas. A lo largo de los siglos XIX y XX, su figura como precursora de los ideales de libertad ha sido ensalzada en numerosas ocasiones en romances, poemas y canciones. En 1984, Televisión Española estrenó la miniserie Proceso a Mariana Pineda, protagonizada por la actriz Pepa Flores en uno de sus más recordados papeles.
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