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Riego
Con este artículo inauguro un ciclo temático dedicado a la Década Ominosa. No voy a tratar de contar esta etapa de la Historia de España con pelos y señales, sino más bien de introducir diversos momentos, personajes e historias relacionados con los diez últimos años del reinado de Fernando VII, entre 1823 y 1833.
A estos diez años de reinado absolutista la historiografía ha puesto el nombre de La Década Ominosa, y no sin razón. En esta época, España iba a perder de nuevo el tren del progreso. No sería el primer tren que perdía, y tampoco iba a ser el último, pero éste tuvo mucha importancia, porque nos distanció del transcurrir de los acontecimientos en Europa, al tiempo que pasábamos de ser una potencia colonial a convertirnos en un país marginal, atrasado y aislado.
El personaje del que hablaré hoy no pertenece a esta etapa concreta, pero creo que es importante hablar de él, por cuanto protagonizó el único pronunciamiento liberal exitoso, que llevó a la aplicación en España de la Constitución de Cádiz durante tres años: el llamado “Trienio Liberal” que precedió a la Década Ominosa. Además, en su honor se compuso uno de los más famosos himnos españoles, estando desde entonces su nombre unido al anhelo de libertad de los españoles. Rafael de Riego fue quien consiguió encender la chispa capaz de doblegar al déspota borbónico, de meter en cintura a ese truhan instalado en el Palacio Real; por ello mismo, la venganza que éste se tomó posteriormente sería terrible.
Como muchos españoles de diversas tendencias políticas, Rafael de Riego luchó en la Guerra de la Independencia, aunque cayó prisionero de los franceses en noviembre de 1808 tras la derrota española en la Batalla de Espinosa de los Monteros. Los siguientes seis años los pasó deportado en Francia donde, a pesar de su condición de prisionero, pudo tomar contacto con las ideas del liberalismo; unas ideas de las que se hizo un incondicional partidario. Al finalizar la guerra regresó a España para descubrir que Fernando VII el Deseado se había hecho con el poder, reinando como monarca absolutista y derogando la Constitución de Cádiz.
Los siguientes seis años transcurrieron entre oscuras conspiraciones, sociedades secretas y logias masónicas, que trataban de socavar el poder absolutista del rey, minando el ejército de oficiales desafectos. El callejero de Madrid está repleto de referencias a personajes de esta época, como el General Díaz Porlier, Francisco Espoz y Mina o el General Lacy, todos ellos ajusticiados por la corona por sublevarse contra el absolutismo. Valientes intentos, pero sin mucho éxito.
Riego lo iba a tener más fácil. A finales de 1819 estaba al mando de uno de los batallones del ejército reunido para aplastar los movimientos independentistas de las colonias americanas, que habían aprovechado la guerra española y el vacío de poder para deslindarse de la metrópoli. Se suponía que gracias a la campaña de este ejército, España volvería a dominar toda América del Sur; pero al contrario de lo que Fernando esperaba conseguir, Riego se sublevó el 1 de enero de 1820 en la localidad sevillana de Las Cabezas de San Juan. Al grito de “Viva la Constitución”, el cuerpo expedicionario que debía estar viajando hacia América empezó a recorrer las tierras de Andalucía, tratando de reunir adhesiones para derrocar al gobierno absolutista.
Aunque en Andalucía tuvieron poco éxito a la hora de arrastrar al pueblo a la rebelión, en otras regiones españolas, especialmente en Galicia, se produjeron nuevos pronunciamientos que terminaron desembocando en marzo de 1820 en una revuelta a las puertas del Palacio Real de Madrid. Allí el Rey se vio rodeado por una masa de gente que apoyaba la rebelión liberal, y sus oficiales le comunicaron que no podían contar con la fidelidad de la tropa destacada en el palacio. Encerrado sin salida, Fernando VII juró la Constitución que seis años atrás había declarado “nula y sin ningún valor”.
Después de eso, Riego fue nombrado Mariscal de Campo, Capitán General de Galicia, Capitán General de Aragón, Diputado por Asturias y Presidente de las Cortes durante los tres años que duró la etapa liberal. Incluso así, tuvo que enfrentarse con la oposición de los moderados y de los partidarios del absolutismo, que trataron de desprestigiarle por diversos motivos. Durante todo este tiempo, el Rey trataba de socavar a los distintos gobiernos liberales recabando el apoyo de las naciones extranjeras. Finalmente, consiguió que la Santa Alianza enviara en 1823 una fuerza expedicionaria para reponer el absolutismo: los Cien Mil Hijos de San Luis.
Riego trató de oponerse al nuevo enemigo, y organizó desde Cádiz la resistencia. Sin embargo, España no tenía capacidad militar ni económica para resistirse a la invasión, destrozada como se encontraba aún tras la Guerra de la Independencia, los seis años de marasmo absolutista y las tensiones políticas de los pasados tres años de gobiernos liberales. Rafael de Riego fue traicionado por sus hombres en Jaén, hecho prisionero y enviado a Madrid. Aunque pidió clemencia al Rey en un intento de salvar la vida, todo fue inútil. Su sentencia estaba firmada desde hacía años, y el siete de noviembre de 1823 fue conducido sobre una carreta hasta la madrileña plaza de la Cebada, donde murió ahorcado entre los insultos de los mismos madrileños que tres años antes aclamaban su figura como la de un liberador.
Pero aunque Riego murió y el absolutismo se impuso, sobrevivió su imagen como precursor de la democracia. El himno que compusiera en su honor José Melchor Gomis fue adoptado primero por los liberales, y luego por el republicanismo, en oposición al himno realista de la Marcha Real, que representaba la sumisión al poder de la corona.
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